Artículo de Opinión por Álvaro Bajén
Autónomos y trabajadores de la cultura
Se están malogrando generaciones de artistas y creativos
La actividad cultural o artística es patrimonio de la humanidad. Cuando esta actividad se inserta en la actividad económica, es decir cuando es una actividad que pretende la satisfacción de las necesidades socioeconómicas de un individuo, es cuando hablamos propiamente del trabajo profesional o artístico.
Este trabajo se convierte en la base de su existencia social y es fuente productora de valores culturales. La actividad desarrollada es socialmente útil, bien porque es una actividad creativa, bien interpretativa.
Esta actividad se inserta en una sociedad que vive bajo las normas de una economía de mercado ·»que no es una economía de uso, ni se cuida ni se respeta la fuerza humana de trabajo·- y menos la actividad cultural creativa. En este tipo de economía es donde se ponen de manifiesto las contradicciones del sistema.
Las grandes empresas monopolizan esta actividad, apropiándose de los medios culturales imponen pautas estéticas y corrientes culturales, persiguen la mínima remuneración de compositores, músicos y artistas y en la mayoría de los casos son un impedimento para el desarrollo de las fuerzas de desarrollo cultural (los autores, compositores y creadores).
Con ello se malogran generaciones de artistas y creativos y se disloca la actividad transformando algo genuinamente humano y placentero en una actividad más, inmersa en un mercado de ·»sumisos·-.
Un músico, un escritor, un director de cine, un guionista, un pintor, un escultor desarrollan por sí mismos actividades culturales impregnadas de un punto de partida: ·»la relación del trabajador con el producto de su trabajo, esta relación tiene un fondo socioeconómico y está en relación con el placer que el trabajador tiene con su trabajo·-.
Debemos analizar esta cuestión por ser esencial para el desarrollo de cualquier actividad creativa: el trabajo realizado en la actualidad esta guiado por el deber y la necesidad de asegurar la subsistencia por lo que no proporciona ningún placer. Se basa esencialmente en el trabajo obligatorio, perdiéndose el interés por el resultado de su trabajo, convirtiéndose en algo molesto.
Un artista es esencialmente un trabajador autónomo. Y desde ese punto de vista hay que reconocerle y asegurarle, cotizaciones bonificadas, reducidas, un sistema fiscal protector y un espacio protector en sus mercados. Por aquí entiendo que deben de ir las reivindicaciones de los artistas.
Nos extraña sobremanera la persistencia en las declaraciones de determinados líderes culturales al insistir en posturas mercantilistas.
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