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Tercera Revolución Industrial (y IV)

Nos encontramos ante una nueva forma de entender el trabajo y de las relaciones humanas: los consumidores nos transformamos en productores

Artículo de Opnión por Álvaro Bajén, secretario general de UPTA Aragón, abogado.

La actividad económica actual está marcada por el predominio de las grandes entidades mercantiles basadas en el capital. Ellas dirigen, invierten, producen, especulan, se deslocalizan, promueven conflictos y, sobre todo, generan una gran masa de consumidores.

Todas estas estructuras tienen la forma de entidades militarizadas, el poder lo detenta quien más dinero tiene (más armas posee) y se dota de una estructura de mando que ordena, dirige y planifica todo el proceso. Las mujeres y los hombres son contratados por esa estructura según una organización jerárquica de mando. Esta contratación pivota alrededor del contrato de trabajo.

El mismo concepto de trabajo no se entiende si no hace referencia a ese tipo de estructuras. Se trabaja para una empresa y el tiempo restante es tiempo libre o de ocio. Por eso cuando nos referimos al fin del trabajo o a la escasez del mismo, estamos suponiendo que como las multinacionales no van a contratarnos a todos los demás que estarán en tierra de nadie.

Lo novedoso, lo que caracteriza la nueva época es que los consumidores nos transformamos en productores y con ello rompemos la vieja polaridad. ¿cómo llamaremos a estos nuevos productores?: ¿empresarios?. Responder esto es no entender nada de lo que verdaderamente esta sucediendo.

Lógicamente las grandes estructuras se van a oponer a este proceso puesto que están apoyadas por una auténtica plaga, una red de seres enfermos que se les reconoce porque la mayoría han perdido sus oficio o en el peor de los casos nunca lo han tenido.

Una breve reflexión sobre estos cambios permite ver a la humanidad guiada por la fuerza del trabajo. No es que nos encontremos ante el fin del trabajo, nos encontramos ante una nueva forma de entender el trabajo y de las relaciones humanas. Siendo el fin de las grandes estructuras pensadas desde la lógica del beneficio irracional.

El trabajo autónomo se muestra así como una figura social y jurídica que entronca decididamente con estas ideas.

Una comunidad de vecinos se transforma en productora de energía, en los edificios surgen espacios de producción agraria, la biotecnología se desarrolla con técnicas de computación distribuida desde los garajes, escuelas y universidades, los objetos estropeados se arreglan con pequeños aparatos que son capaces de diseñar y concebir cualquier pieza, etc.

El problema es ¿cómo coordinar a millones de productores-consumidores? Las nuevas tecnologías digitales lo permiten.

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